Tot i no haver rebut l'anhelat guardó crec que totes les persones que formem part de la comunitat educativa hem après molt de l'experiència. Hem treballat en equip, amb entusiasme, empenta i il·lusió i tot plegat ho hem d'entomar com una oportunitat per a futurs projectes de centre.
AZKENAK
(los últimos)
Llegué hace muy poco al Instituto
Bellvitge, probablemente haya sido de los últimos en hacerlo aunque, tras de mi,
seguro que vendrán muchos más. Apenas sabía nada del centro salvo por unas fotografías
que había conseguido un par de días después de haber conocido a Carolina y
Adela un sábado a finales de febrero, en la jornada que la fundación Jaume
Bofill celebró con motivo de la presentación del concurso Hack The School. Allí, en la puerta, junto a la mesa de
acreditaciones nos presentamos. A mi, como arquitecto, me habían asignado vuestro
instituto como espacio en el que realizar una propuesta de intervención y a
ellas les habían propuesto como solución a sus problemas un arquitecto doctorándose
en sociología que, a duras penas, conseguía expresarse en catalán. Coser y
cantar. Al finalizar la jornada introductoria y tras presentarse las bases del
concurso, convenimos reunirnos en el instituto la siguiente semana para que
Ángela –arquitecta también y compañera en el concurso- y yo pudiéramos
conocerlo, familiarizarnos con el espacio y escuchar todas las propuestas en
las que se habían pensado para poder cambiar algunos de los espacios comunes
del instituto.
Aquella tarde tras la
visita, sentados en el despacho de dirección, comenzamos a elaborar un
calendario de trabajo y preparamos algunas de las actividades para las
siguientes semanas. El proyecto Vassari
XXI había echado a andar definitivamente sin prisa ni pausa y propulsado por
una idea clara: fomentar la participación de todo el instituto en el proceso de
diseño. Y así, se hizo el caos: Salimos a los pasillos para fotografiarlos, los
alumnos identificaron en planos de distribución los espacios que menos les
gustaban, se improvisaron clases de tecnología, actividades culturales,
claustros para profesores y también se recibieron visitas institucionales. El
hecho es que, de alguna manera y sin ser muy conscientes, en poco menos de un
mes los alumnos se habían apropiado del proyecto que buscaba transformar la
imagen de los pasillos del instituto. A este desorden inicial, le siguieron
varias actividades en las aulas donde se buscaba fomentar la participación de
todos los alumnos, dejando que sus ideas, dudas y sugerencias fluyeran en el planteamiento
de posibles soluciones a los problemas que anteriormente ya habían
identificado. Con esta actividad poníamos fin a una primera etapa de confusión
inicial, aproximación y empoderamiento del proyecto que había tenido como
objetivo dar todo el protagonismo del conjunto de los alumnos y profesores del instituto.
Pero, como parafraseó Lope
de Vega: había que ponerle el cascabel al gato.
No fue fácil decidir cómo darle
forma a la siguiente etapa, el entusiasmo y las ganas también se habían apoderado
de nosotros en el transcurso de las semanas. Teníamos mucho material gráfico,
un análisis exhaustivo, propuestas interesantísimas, alumnos, profesores y
padres motivados y, sobre todo, muchas ganas de que las cosas saliesen bien. Para
pensar en lo que estaba por venir Ángela y yo decidimos quedar para tomar un
café, uno de esos que resuelven problemas. Y resolvimos que la mejor opción
para avanzar era formar un grupo reducido de trabajo para que pudiese dar
tiempo a desarrollar una propuesta que se presentaría al concurso al cabo de
pocas semanas. Este comité formado por alumnos de todos los cursos trabajó sin
parar durante varios días recogiendo y sintetizando muchas de las ideas de sus
compañeros, imaginando las propuestas en perspectiva, pintándolas con
acuarelas, riendo mientras aprendían a dibujar la sección de una escalera y construyendo
varias maquetas que acabaron por habitar piratas de Playmobil. Finalmente, el
proyecto Vassari XXI se presentó como
un proyecto que pretendía convertir los espacios comunes del instituto en un
gran lienzo, donde además se expondrían públicamente los trabajos de los alumnos
y se habilitarían zonas de estudio comunes y áreas de descanso. Un gran árbol
dibujado en las paredes de la escalera conectaba toda la intervención artística
siguiendo una idea que enraizaba la llegada de los alumnos en planta baja,
ascendía a cursos superiores trepando por el tronco de la planta primera y para
salir al mundo a través de las ramas y la copa del árbol dibujadas en la última
planta.
Con todo este material nos
presentamos hace cuatro semanas al concurso y hace unos días nos comunicaron
que no lo hemos ganado o no lo hemos hecho en el sentido en el que nos lo
habíamos imaginado al inicio. Sin embargo, pienso que en todo este tiempo se
han logrado muchas otras cosas que nacieron y crecieron más allá de una
competición y que, con el devenir de las semanas, han adquirido tanto valor o
más que ir a recoger un premio. De todas ellas y para poder darle un final a
esta entrada en el blog me quedaré con dos: La primera es saber que el pretexto
de un concurso como Hack The School
ha servido para que hayan disfrutado aprendiendo. La segunda es haberme sentido
feliz viendo cómo lo hacían.
Llegué hace muy poco al
Instituto Bellvitge, pero espero
quedarme por mucho tiempo más.
Xabier.
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